10 de febrero de 2010

Un crimen en Londres

Y allí estaba yo, en frente de esa gran mansión. Estaba tan nerviosa que me temblaban las piernas. Allí podía estar la solución de este enigma del que tanto me costó hallar la respuesta.

Bueno, ¿por qué no empezar mejor por el principio?

Me llamo Helen, tengo 13 años y vine a Londres de pequeña con toda mi familia desde España. Cuando tenía 7 años descubrí una habilidad muy rara en mí: si me concentraba mucho, podía leer la mente de las personas. No se lo conté a nadie hasta los 10 años. Mi familia tampoco contó nada, y me contaron que mi tatarabuelo también tenía esa habilidad.

Estábamos a 12 de diciembre de 2009 mi madre y yo en mi casa, y llamaron a la puerta. Era el mejor amigo de mi padre, muy entristecido. Entonces, nos comunicó la mala noticia. Mi padre había sido apuñalado mientras trabajaba en su puesto de director en la central nuclear. No sabían quién era el asesino, pero la policía estaba ya investigando.

Pasaron meses, y ni el mejor detective contratado encontró la respuesta. Entonces, mi madre pensó en que yo podía investigar por mi cuenta, ya que había desarrollado una gran afición sobre la investigación, y, además, era bastante buena.

Investigué mucho, y un día encontré en el despacho unos trozos de cristal que tenían un poco de sangre. Estaban muy escondidos detrás de los libros de una estantería enorme, por lo que la policía no los pudo encontrar.

Mandé analizar esas pequeñas gotas de sangre. Me dijeron que tardaría bastante tiempo, pero a mí no me importaba. Lo que quería era encontrar una respuesta sobre quién y por qué mató a mi padre.

Ya tenía dos sospechosos: Cayo McFire, el secretario de mi padre, que le odiaba, y Peter Smith, el subdirector de la central nuclear, que quería ascender de puesto.

El día 3 de Marzo llegaron los resultados de las pruebas de la sangre que encontré. Pertenecía a Arthur Jackson, el guardaespaldas de Peter Smith.

Fui a su casa. Y allí estaba yo, en frente de esa gran mansión. Estaba tan nerviosa que me temblaban las piernas. Allí podía estar la solución de este enigma del que tanto me costó hallar la respuesta.

Cuando me abrieron la puerta, me llevaron a una habitación en la que se encontraba Arthur.

Estuve hablando con él, y después le hice la pregunta de la que desconocía la respuesta: ¿Había sido él? ¿Por qué?

Él me lo negó todo, pero yo seguí insistiendo. Entonces, se me ocurrió poner en acción mi extraño don.

Me concentré muchísimo, tanto que me dolió la cabeza. Entonces, encontré la respuesta: Peter Smith había ordenado a Arthur Jackson que asesinara a mi padre para que él pudiera ser el director de la central nuclear. Todo encajaba.

Se lo conté a la policía, que detuvo a los dos asesinos. Les tuve que contar mi gran secreto, el que ellos prometieron guardar.

Y así se hizo justicia por el asesinato de mi padre, y estuve siempre orgullosa de ser yo la que encontrara la respuesta.

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