Si puedes mantener
la cabeza en su su sitio
cuando todos la pierden
- y te culpan por ello -;
si confías en ti
cuando los otros desconfían
- y les das la razón -;
si puedes esperar sin cansarte,
si no mientes
cuando te vienen con mentiras
ni odias a los que te odian y aún así,
no te las das de santo ni de sabio;
si sueñas, sin llegar
a ser esclavo de tus sueños;
si piensas,
pero no te conformas con pensar;
si te enfrentas al Triunfo y al Desastre
y das el mismo trato
a esos dos impostores;
si soportas que tuerzan tus palabras
para embaucar con ellas a los tontos;
si se rompen las cosas
a las que has dedicado tu existencia
y te agachas a rehacerlas;
si juntas todas tus ganancias para
jugártelas a cara o cruz, y pierdes,
y vueves a empezar de nuevo,
una vez más,
sin mencionar siquiera lo perdido;
y si tu corazón,
tus músculos, tus nervios
cumplen incluso cuando ya no son
lo que eran, y resistes
cuando ya no te queda
sino la voluntad de resistir;
si hablas con multitudes
sin perder la honradez
y paseas con reyes
sin perder la humildad:
si no pueden hacerte
daño tus enemigos
- tampoco tus amigos -
y todo el mundo cuenta contigo
- no en exceso -
si no desaprovechas
ni un segundo de cada
minuto de carrera,
la tierra y cuanto en ella existe
es para ti;
serás, en fin, lo que se dice un hombre.
El poema es uno de los más afamados del siglo XX, porque demuestra la valentía que hay que tener para afrontar todo lo que dicen los demás.
El hecho de no conocer el final hasta el último verso no dificulta la lectura ni la comprensión del poema.
28 de enero de 2010
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