Se creía dueño del mundo
porque latía en sus sentidos.
Lo aprisionaba con su carne
donde se estrellaban los siglos.
Con su antorcha de juventud
iluminaba los abismos.
Se creía dueño del mundo:
su centro fatal y divino.
Lo pregonaba cada nube,
cada grano de sol o trigo.
Si cerraba los ojos, todo
se apagaba, sin un quejido.
Nada era si él lo borraba
de sus ojos o sus oídos.
Se creía dueño del mundo
porque nunca nadie le dijo
cómo las cosas hieren, baten
a quien las sacó del olvido,
cómo aplastan desde lo eterno
a los soñadores vencidos.
Se creía dueño del mundo
y no era dueño de sí mismo.
El poema describe a un hombre que no es dueño de sí mismo ya que se deja influenciar por la maldad y se cree un verdadero héroe por ganar batalllas y acabar con la vida de mucha gente, cuando es todo lo contrario. También muestra cómo no le daba la importancia necesaria a todo el mal que había hecho, porque la ambición lo cegó. La paz para él no existe; sólo piensa en él mismo y en todo lo que podría ganar, pero no en todo lo que ha destruido.
Hemos elegido este poema porque muestra cómo la ambición de las personas puede llegar al desastre, causando guerras.
28 de enero de 2010
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